Pasaron tres o cuatro días hasta
que pude descansar de verdad. Tras la mudanza, conseguí que varios amigos
vinieran a ayudarme a colocar todo aquello que me pertenecía, aunque no sin
quejas. Mi piso, en Madrid, era pequeño y acogedor. Tenía una cocina del tipo
barra americana, semi anclada al salón, con cuatro taburetes que aún hacían más
acogedora la estancia. En el salón sólo había una televisión, una mesa y las
estanterías que había conseguido llenar de libros y otros objetos personales.
Mi cuarto tenía las paredes pintadas de un tono melocotón cálido, y había
incluido la cama de mi perro, al que siempre le gustaba dormir conmigo.
Después de tres días de
desasosiego y preparativos, decidí dar una fiesta de bienvenida a la nueva
casa. Mis amigas gemelas, Fran, Alex y Lucía no dudaron en asistir. Las
gemelas, sin mencionar que obviamente lo eran, estaban por igual invitadas a
cualquier evento social. Isa era psicóloga, y tenía una habilidad excepcional
para dar los consejos en los que todos los demás no caían en momentos
especiales de crisis. Elisa era periodista y trabajaba para un periódico
nacional de buena tirada. Fran, por su parte, había estudiado derecho, pero
estaba más curtido en cualquier tipo de trabajo que en el relacionado con la
abogacía.
Las gemelas vivían juntas en una
pequeña casa que habían heredado de su abuela años atrás. Isa seguía buscando un
trabajo al que agarrarse, y en estas particulares circunstancias, todos éramos
conscientes de que la desesperanza empezaba a hacer mella en ella. Elisa lo
tenía más fácil, pero la primera cogía cualquier oportunidad que pudiera
surgirle. Cada uno de los asistentes de ese día era muy dispar al siguiente, y
no obstante, todos habían conseguido, casi por generación espontánea, una buena
sintonía.
- ¿Alguna novedad que no nos
hayas mencionado, Alex? ¿Noticias de Javi? - preguntó Elisa tras la tercera
botella de vino descorchada.
-Nada en absoluto - respondió
Alex. Javi había sido su último "rollo", uno de esos chicos que
sirven como pasatiempo pero que no resultan en algo contundente, con lo que uno
termina tal y como empezó sin que eso suponga ningún cambio en su vida ni una
revelación trascendental. -La última vez que le vi fue hace un mes y ya casi no
sé nada de él. Ya no me ilusiono como antes, será que me estoy haciendo
mayor...
-Eso o que a base de tanta ostia
al final has aprendido - puntualizó Fran con su siempre agudo sentido del
tacto. - Pero volvamos a Sonia - dijo volviéndose para mirarme fijamente.- ¿Qué
pasó con Roberto? ¿Sabemos algo de él?
-No sabemos nada.-Dije dando un
largo trago a mi copa de Lambrusco.- Ni queremos. Hace tres meses que no hablo
con él, y ya he superado esa ensoñación patética de "vendrá a darme una
sorpresa; vendrá a verme a lomos de un caballo blanco y, con un ramo de flores
en la mano, gritará mi nombre para que me asome por el balcón"… No tengo balcón,
está claro que es por eso.
Roberto era otra de esas
personas. Algo parecido a uno de esos rollos que no resultan en algo
contundente, pero que se diferenciaba en que la ilusión sí existía. No
obstante, no duró más que unos meses, unos meses que supieron a gloria y más
tarde se marchitaron, como se marchita una rosa a la que no supiste regar, o a
la que el sol no alimentó correctamente. Aún pensaba en él y me preguntaba qué
sería de su vida, pero no tenía el valor de escribirle un mensaje privado a Facebook,
por ejemplo, para adivinarlo ni me atormentaba lo suficiente. Curioso que las relaciones interpersonales se
puedan medir ahora a través del intangible barómetro de Facebook. En el fondo
pensaba que era mejor así.
En realidad me sentía afortunada.
Después de una racha desastrosa en la que había empezado a dudar seriamente de
mí misma y de encontrarme en medio de un océano que sentía que prácticamente
nadie comprendía, empezaba a alcanzar esa luz al final del túnel. Sentía que
las cosas empezaban por fin a irme bien, y estaba agradecida de tener unos
amigos que se habían mantenido constantes en mi vida. Es cierto eso de que de
todo en la vida se aprende; y seguramente se aprenda más de esos malos
episodios que de los buenos.
* * *
Al día siguiente, la cabeza me
daba vueltas, y al mirarme en el espejo comprobé que tenía un aspecto bastante
lamentable, con un pelo rizado cobrizo descontrolado y unas ojeras que, lejos
de enmarcar mis ojos marrones, me hacían parecer, de algún modo, una ex
presidiaria. No fue hasta ese día cuando volví a abrir el libro. Pensé que
podía ser una narración temprana, en verso, de algún tipo de hazaña medieval, y
eso volvió a despertar mi curiosidad. Con un té en la mano, y sobre mi sofá
nuevo, volví a abrirlo.
Tras la primera página había otra
en blanco. Después de ésta, había un gran trecho de aproximadamente cincuenta o
sesenta páginas, escritas de igual modo, con la misma tinta y tipo de letra.
Sin embargo, no había espaciados que pudiesen indicar capítulos o fines de
narraciones. Tampoco había numeración, que podía ser esperada de un texto de
aquella época como recurso para marcar lo mismo. Sólo letras y frases y frases
que poco espacio distaban entre sí.
Lo que más me llamó la atención
fue que a pesar de que la letra era la misma, el lenguaje no me lo parecía.
Parecía un inglés más avanzado, ya que no encontré grafemas tales como
"þ", lo que se llamaba "thorn". En cierto modo, tampoco me
servía de mucho, ya que esto podía ser debido a la evolución del lenguaje dentro
de esa misma época, puesto que ese tipo de grafemas ya empezaron a desaparecer
durante lo que se denomina como Middle
English. Tampoco había ejemplos de inflexión, lo cual era normal porque esta característica había ido desapareciendo paulatinamente. Sin embargo, era un texto muchísimo más fácil de entender.
Intenté traducirlo en mi mente, y
si no estaba equivocada, el texto de principio de página quería decir algo
parecido a lo siguiente:
Mi nombre es Sonag. Nací en la tierra junto al agua. Mi madre era de la
llanura, y mi padre
de la montaña. Tenía dos hermanas y un hermano mayor, Elizabeth ,
Derida y Aidan.
Recibimos una buena educación, y yo tomaba mis clases con ánimo y esmero.
Siendo pequeña, en la llanura jugaba a apresar hadas. Mi hermano decía
que en la noche
se podían ver los reflejos de sus alas, y en la noche corríamos a
alcanzarlas con nuestras redes.
Antes de seguir leyendo, ojeé
varias líneas de las páginas sucesivas, y pude ver palabras como padres, vida,
mayor, herencia, religión y muchas otras que por el contexto en cuyas frases se
incluían, y por las características gramaticales, gráficas y fonéticas, me
confirmaron lo que al empezar a leer intuí.
La primera página y la
consecuente narración posterior no se correspondían. Entre ambas escrituras
podría haber unos 400 ó 500 años de diferencia. Era imposible que alguien
hubiese vivido tanto. La primera página y el resto del libro debían de haber
sido escritas por diferentes personas.
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