viernes, 28 de junio de 2013

Capítulo 1

No era una mañana particularmente apetecible. Había estado bebiendo la noche anterior, y aunque siempre pensé que el vino no podía sentar mal, la sensación al mirar al techo era completamente la contraria. Deslicé la palma de mi mano abierta por encima de mi frente y de mis ojos y comprobé que cuatro botellas de Rioja compartidas eran demasiadas. Entonces llegó Piti, mi perra, con su aire feliz y despreocupado a darme los buenos días, y pensé "qué felices seríamos todos siendo perros". Mientras intentaba levantarme escudriñé con ojillos perezosos lo que me rodeaba, esa fue la primera pista de que llegué a casa borracha: chaqueta, pantalón, camisa, sujetador y calcetines en un emborronado círculo en el suelo. Muy bien.

Nunca se debe hacer caso a los amigos. Te dicen que sólo va a ser una caña, y siempre mienten. Lucía había asegurado que así sería, y cómo no, mintió. Pero yo accedí porque había tenido un contratiempo con su actual rollo, un tío que pasaba la vida entre España e Italia, y que al parecer había pasado de quedar con ella en su última visita.

-Y viene el gilipollas y me dice que no tiene tiempo. Maldito, no hace nada con su vida y no tiene tiempo de quedar conmigo - se quejó entre los últimos sollozos que le quedaban, y justo después de soltar unas enormes carcajadas confesó- eso sí, que se joda porque la tiene pequeña, y eso no hay tiempo que lo cure, ¡ja!.

Lucía era así, actriz, qué se puede decir, cambiante de una forma inquietante. Sin embargo, en muchas cosas tenía razón y daba en el clavo (no sé si particularmente con dichos atributos masculinos, pero solía ser así). El interlocutor que también estuvo el día anterior se llamaba Alex. Alex compajinaba la música con sus flirteos ocasionales con otros hombres, además de sus apariciones ocasionales en la radio. Era una de las personas más nobles que había conocido, a pesar de que la vida no le hubiese tratado demasiado bien. Sin duda él tenía su opinión acerca de estas cosas de hombres, si bien en algunas ocasiones prefería guardárselas para sí mismo puesto que otras cosas eran mucho más prioritarias de comentar. En este caso, había conseguido una actuación, un "bolo" como lo llamaba yo, en Bélgica por una vieja conocida de su conservatorio.

Como venía siendo costumbre desde hacía años, nos reunimos en el bar de siempre, una especie de tasca de barrio en una esquina cercana a las viviendas de los tres. Tenía su encanto, saber que ese sitio siempre estaría ahí para nosotros, habiendo pasado allí tantas cosas, nuestros años resumidos en una mesa pequeña de madera. Alex seguía viviendo en casa de sus padres, pero Lucía, imagino que por no abandonar las viejas costumbres, se había mudado a un estudio cerca de aquí. Y como siempre, las horas se nos pasaban en esa misma mesa, mientras nos contábamos la vida y recordábamos viejas anécdotas que nunca pasaban de moda.

Alex partiría en unas semanas a su encuentro con la orquesta y con sus amados oyentes, mientras yo, en periodo post y pre mudanza me quedaba en casa de mis padres. Y ahora miraba esos pies al final de la cama, una cama que a estas alturas se me antojaba extraña por lo lejano de la última experiencia de haber dormido en ella, y a la vez reconfortante. Es curioso lo mucho que nos quejamos cuando permanecemos mucho tiempo en un mismo sitio, y lo mucho que disfrutamos cuando tenemos un pequeño gusto de lo que aquello fue.

No quería ponerme en pie, y sin embargo sabía que tenía que hacerlo porque tenía una traducción por entrega que completar y un montón de cajas que llenar para preparar mi mudanza a mi pequeño piso nuevo. Una idea que en el fondo no me desagradaba en absoluto porque implicaba deshacerme de todo lo antiguo, incluyendo ciertas historias que nunca acabaron como yo pretendí, y alguna anécdota amorosa que, cómo no, tampoco terminó como imaginaba. Al levantarme vi los destellos azules que venían siendo comunes desde hacía un tiempo, y pensé en todo lo que tenía que hacer ese día.

No pensé más allá de mi jornada preparada. Ese día no me levanté con la sensación de haber olvidado nada, ni de haber perdido nada. Y fue curioso, porque justo ese día fue cuando lo que no estaba esperando me encontró a mí. Ese día, el pequeño libro encuadernado en cuero marrón me encontró, decidido a atrapar mi vida en sus redes y a desvelarme aquello que jamás pensé que fuera cierto ni por asomo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario