miércoles, 10 de julio de 2013

Capítulo 4

Pasaron tres o cuatro días hasta que pude descansar de verdad. Tras la mudanza, conseguí que varios amigos vinieran a ayudarme a colocar todo aquello que me pertenecía, aunque no sin quejas. Mi piso, en Madrid, era pequeño y acogedor. Tenía una cocina del tipo barra americana, semi anclada al salón, con cuatro taburetes que aún hacían más acogedora la estancia. En el salón sólo había una televisión, una mesa y las estanterías que había conseguido llenar de libros y otros objetos personales. Mi cuarto tenía las paredes pintadas de un tono melocotón cálido, y había incluido la cama de mi perro, al que siempre le gustaba dormir conmigo.

Después de tres días de desasosiego y preparativos, decidí dar una fiesta de bienvenida a la nueva casa. Mis amigas gemelas, Fran, Alex y Lucía no dudaron en asistir. Las gemelas, sin mencionar que obviamente lo eran, estaban por igual invitadas a cualquier evento social. Isa era psicóloga, y tenía una habilidad excepcional para dar los consejos en los que todos los demás no caían en momentos especiales de crisis. Elisa era periodista y trabajaba para un periódico nacional de buena tirada. Fran, por su parte, había estudiado derecho, pero estaba más curtido en cualquier tipo de trabajo que en el relacionado con la abogacía.

Las gemelas vivían juntas en una pequeña casa que habían heredado de su abuela años atrás. Isa seguía buscando un trabajo al que agarrarse, y en estas particulares circunstancias, todos éramos conscientes de que la desesperanza empezaba a hacer mella en ella. Elisa lo tenía más fácil, pero la primera cogía cualquier oportunidad que pudiera surgirle. Cada uno de los asistentes de ese día era muy dispar al siguiente, y no obstante, todos habían conseguido, casi por generación espontánea, una buena sintonía.

- ¿Alguna novedad que no nos hayas mencionado, Alex? ¿Noticias de Javi? - preguntó Elisa tras la tercera botella de vino descorchada.

-Nada en absoluto - respondió Alex. Javi había sido su último "rollo", uno de esos chicos que sirven como pasatiempo pero que no resultan en algo contundente, con lo que uno termina tal y como empezó sin que eso suponga ningún cambio en su vida ni una revelación trascendental. -La última vez que le vi fue hace un mes y ya casi no sé nada de él. Ya no me ilusiono como antes, será que me estoy haciendo mayor...

-Eso o que a base de tanta ostia al final has aprendido - puntualizó Fran con su siempre agudo sentido del tacto. - Pero volvamos a Sonia - dijo volviéndose para mirarme fijamente.- ¿Qué pasó con Roberto? ¿Sabemos algo de él?

-No sabemos nada.-Dije dando un largo trago a mi copa de Lambrusco.- Ni queremos. Hace tres meses que no hablo con él, y ya he superado esa ensoñación patética de "vendrá a darme una sorpresa; vendrá a verme a lomos de un caballo blanco y, con un ramo de flores en la mano, gritará mi nombre para que me asome por el balcón"… No tengo balcón, está claro que es por eso.

Roberto era otra de esas personas. Algo parecido a uno de esos rollos que no resultan en algo contundente, pero que se diferenciaba en que la ilusión sí existía. No obstante, no duró más que unos meses, unos meses que supieron a gloria y más tarde se marchitaron, como se marchita una rosa a la que no supiste regar, o a la que el sol no alimentó correctamente. Aún pensaba en él y me preguntaba qué sería de su vida, pero no tenía el valor de escribirle un mensaje privado a Facebook, por ejemplo, para adivinarlo ni me atormentaba lo suficiente. Curioso que las relaciones interpersonales se puedan medir ahora a través del intangible barómetro de Facebook. En el fondo pensaba que era mejor así.

En realidad me sentía afortunada. Después de una racha desastrosa en la que había empezado a dudar seriamente de mí misma y de encontrarme en medio de un océano que sentía que prácticamente nadie comprendía, empezaba a alcanzar esa luz al final del túnel. Sentía que las cosas empezaban por fin a irme bien, y estaba agradecida de tener unos amigos que se habían mantenido constantes en mi vida. Es cierto eso de que de todo en la vida se aprende; y seguramente se aprenda más de esos malos episodios que de los buenos.


                                                   *                             *                           *


Al día siguiente, la cabeza me daba vueltas, y al mirarme en el espejo comprobé que tenía un aspecto bastante lamentable, con un pelo rizado cobrizo descontrolado y unas ojeras que, lejos de enmarcar mis ojos marrones, me hacían parecer, de algún modo, una ex presidiaria. No fue hasta ese día cuando volví a abrir el libro. Pensé que podía ser una narración temprana, en verso, de algún tipo de hazaña medieval, y eso volvió a despertar mi curiosidad. Con un té en la mano, y sobre mi sofá nuevo, volví a abrirlo.

Tras la primera página había otra en blanco. Después de ésta, había un gran trecho de aproximadamente cincuenta o sesenta páginas, escritas de igual modo, con la misma tinta y tipo de letra. Sin embargo, no había espaciados que pudiesen indicar capítulos o fines de narraciones. Tampoco había numeración, que podía ser esperada de un texto de aquella época como recurso para marcar lo mismo. Sólo letras y frases y frases que poco espacio distaban entre sí.

Lo que más me llamó la atención fue que a pesar de que la letra era la misma, el lenguaje no me lo parecía. Parecía un inglés más avanzado, ya que no encontré grafemas tales como "þ", lo que se llamaba "thorn". En cierto modo, tampoco me servía de mucho, ya que esto podía ser debido a la evolución del lenguaje dentro de esa misma época, puesto que ese tipo de grafemas ya empezaron a desaparecer durante lo que se denomina como Middle English. Tampoco había ejemplos de inflexión, lo cual era normal porque esta característica había ido desapareciendo paulatinamente. Sin embargo, era un texto muchísimo más fácil de entender.

Intenté traducirlo en mi mente, y si no estaba equivocada, el texto de principio de página quería decir algo parecido a lo siguiente:


Mi nombre es Sonag. Nací en la tierra junto al agua. Mi madre era de la llanura, y mi padre
de la montaña. Tenía dos hermanas y un hermano mayor, Elizabeth , Derida y Aidan.
Recibimos una buena educación, y yo tomaba mis clases con ánimo y  esmero.
Siendo pequeña, en la llanura jugaba a apresar hadas. Mi hermano decía que en la noche
se podían ver los reflejos de sus alas, y en la noche corríamos a alcanzarlas con nuestras redes.


Antes de seguir leyendo, ojeé varias líneas de las páginas sucesivas, y pude ver palabras como padres, vida, mayor, herencia, religión y muchas otras que por el contexto en cuyas frases se incluían, y por las características gramaticales, gráficas y fonéticas, me confirmaron lo que al empezar a leer intuí.


La primera página y la consecuente narración posterior no se correspondían. Entre ambas escrituras podría haber unos 400 ó 500 años de diferencia. Era imposible que alguien hubiese vivido tanto. La primera página y el resto del libro debían de haber sido escritas por diferentes personas.

jueves, 4 de julio de 2013

Capítulo 3 - I

Corre.

Corre. Más rápido, más rápido. Debo llegar. En este muro, giro. Giro de nuevo.

Llegan  a mí, van a apresarme. Debo correr, no está tan lejano. Percibo el sonido, el sonido de un grito apresado. Debo correr más, más, hasta llegar, hasta llegar a la trampilla. Siento que mis piernas flaquean y debo llegar. No puedo demorarme.

En la carrera, recuerdo. Le recuerdo a él, enseñándome a disparar. "Firme", decía, "firme, ¿lo ves? Apunta, siente la madera entre tus dedos y mira fijo, apunta bien". Recuerdo sus sonrisas, cálidas; sus ojos, resueltos. Esos dos pares de ojos que me miraban y preguntaban inquietos, esas miradas de color del mar. Siempre me seguían, de la mano, entre los campos, cazando mariposas con el rojizo cabello bailando al son del viento. Los ecos de sus risas aún suenan en mis oídos.

Corría entre los árboles, hacia el blanco. Entre la maleza, como me enseñó, salvando obstáculos. Corría, como un cazador persiguiendo y acechando a su presa, corría como corro hoy. En un ritmo frenético. No puedo dejar de correr, ya vienen.

Giro y entro. Oigo sus pisadas, sus gritos. Dan órdenes. Vienen tras de mí, como grandes gigantes dejan sus huellas contra el muro. ahí está el libro, cógelo.

Ya vienen. Ya vienen.

viernes, 28 de junio de 2013

Capítulo 2

Durante la ducha empecé a pensar en todo lo que había dejado atrás. Normalmente, las duchas sirven para aclarar mi mente o bien para deprimirme un poco, como esas personas que después de un momento duro o de una ruptura difícil escuchan canciones melancólicas que hacen que se hundan aún más. El género humano es así.

Repetí en mi memoria mi breve y desastrosa estancia en Londres. Volví a visualizar mis recuerdos de escritora fracasada y lo difícil que había sido un año intentando cambiar de ambientes, de empezar otra carrera y de volcarme a una profesión que siempre me había gustado y en la que nunca pude entrar. Tras muchos noes y una larga desesperación, conseguí establecerme como traductora freelance después de un final de carrera que se me había hecho eterno. Recordaba cómo Lucía me había animado a tener paciencia, algo que en estos tiempos resulta necesario.

Después, chequeé mis emails para comprobar que sólo mi ex compañero de la universidad, Eddy, me había escrito. Había sido mi amigo desde que le conocí en la puerta de una clase a la que no quise entrar, un belga muy atractivo cuya primera imagen era extrañamente extraña. Era una persona, se podía decir, libre, en todos los sentidos en los que uno pueda serlo. Actualmente estaba en Francia, desempeñando unas labores de carácter dudoso que en muy pocas ocasiones se dignaba a mencionar. Eddy era así, no contaba nada de su vida privada y sin embargo conseguía hacerte sentir como en casa.

" Hey honey! Cómo te va todo? Has empezado ya con la mudanza? Cuando te cambies de casa y estés instalada tendrás la gran amabilidad de invitarme a tomar un té? (Si haces natillas tampoco me quejaré...). Sigo en Francia, ayudando a un colega con la edición de un libro. He conseguido un piso compartido con otras cinco personas más, creo que me quedaré por aquí una temporada más, al menos hasta que decidas hacer una fiesta :P.

Missing u so much

xxxxx"

Tenía que admitir que yo también echaba mucho de menos al belga.

Llamé a la agencia de mudanzas para asegurarme de que vendrían en dos horas a recoger todas las cajas, así que tenía tiempo para aprovechar y embalar cosas que aún seguían estando en casa de mis padres. Era consciente de que mi nuevo piso no era especialmente grande, pero tenía mucho cariño a la mayoría de mis libros y sentía que no podía deshacerme de ellos. Miré en los cajones empotrados en la pared de mi habitación, una habitación que tenía más años de los que podrían tener mis bisabuelos. Encontré unas viejas cintas de cuando era pequeña, y la melancolía de aquellos años me hizo sonreír. Seguí escarvando un poco más. Descoloqué los cajones y metí la mano en el hueco que los cajones habían dejado. Toqué algo duro, rectangular, que parecía ser un libro. Había quedado enganchado entre el tope de los cajones y la pared, pero conseguí sacarlo.

Efectivamente, era un libro. Estaba encuadernado en piel marrón, una piel que parecía envejecida, y en algunos extremos, oscurecida por lo que podría ser la humedad y el polvo. Estaba atado entre una fina cinta de lo que parecía ser el mismo material. Su cubierta era fría, y sin embargo tan familiar, tan curtida. Decidí ser prudente antes de abrirlo.

- ¡Papá! -grité desde el suelo donde estaba sentada. Mi padre acudió a mi llamada con esas pisadas que resonaban por toda la casa. - Papá, ¿es esto uno de tus diarios?

- A ver hija, déjamelo. -Mi padre se quitó metódicamente las gafas y lo observó con detenimiento. Toqueteó el librito y me lo devolvió con un gesto extrañado. -No hija, no es mío. ¿Dónde estaba?

- Detrás de los cajones, ¿no te suena de nada?

-No hija -respondió él intentando recordar si pertenecía a un largo pasado al que ahora no reconocía.

Cuando mi padre se fue, decidí abrirlo. Leí la primera página, que sólo contenía una pequeña frase. Por supuesto, era imposible que fuera de mi padre. Estaba escrito en un inglés arcaico, que a primera vista y por mis conocimientos de la universidad, parecía pertenecer a lo que se denominada Middle English, un idioma inglés que pertenecía aproximadamente al periodo del 1110 - 1200 Después de Cristo. Por lo que recordaba, y haciendo un esfuerzo, decía:

"Para recordar siempre 
lo que una vez fui". * 

"Para recordar siempre lo que un día fui". Esta frase estaba escrita a mano. En tinta negra, en una hoja muy, muy amarilleada. Era una letra bastante laboriosa. Los puntos negros al final de la frase y en un tramo medio entre las dos líneas me hicieron pensar que fue escrito con pluma o algo parecido. Concluí que o bien era ficción, o bien era un diario. De ser así, y en cualquier caso, era imposible que hubiese pertenecido a mi familia. Nadie había estudiado idiomas, y mucho menos podrían haberlo escrito en Middle English.

Miré a mi alrededor esperando ver una cámara oculta. Volví a meter la mano a través de los resquicios para comprobar que no había nada más, sólo este libro. En ese momento vi claro que me lo llevaría conmigo. Esa primera frase, el "recordar lo que un día fui" me sonó a promesa. Una promesa que ahora me había sido dada a mí.

* Frase original en Middle English remembren allwaye þat ones ic was. Traducción al Inglés Contemporáneo to remember always what I once was. 

Capítulo 1

No era una mañana particularmente apetecible. Había estado bebiendo la noche anterior, y aunque siempre pensé que el vino no podía sentar mal, la sensación al mirar al techo era completamente la contraria. Deslicé la palma de mi mano abierta por encima de mi frente y de mis ojos y comprobé que cuatro botellas de Rioja compartidas eran demasiadas. Entonces llegó Piti, mi perra, con su aire feliz y despreocupado a darme los buenos días, y pensé "qué felices seríamos todos siendo perros". Mientras intentaba levantarme escudriñé con ojillos perezosos lo que me rodeaba, esa fue la primera pista de que llegué a casa borracha: chaqueta, pantalón, camisa, sujetador y calcetines en un emborronado círculo en el suelo. Muy bien.

Nunca se debe hacer caso a los amigos. Te dicen que sólo va a ser una caña, y siempre mienten. Lucía había asegurado que así sería, y cómo no, mintió. Pero yo accedí porque había tenido un contratiempo con su actual rollo, un tío que pasaba la vida entre España e Italia, y que al parecer había pasado de quedar con ella en su última visita.

-Y viene el gilipollas y me dice que no tiene tiempo. Maldito, no hace nada con su vida y no tiene tiempo de quedar conmigo - se quejó entre los últimos sollozos que le quedaban, y justo después de soltar unas enormes carcajadas confesó- eso sí, que se joda porque la tiene pequeña, y eso no hay tiempo que lo cure, ¡ja!.

Lucía era así, actriz, qué se puede decir, cambiante de una forma inquietante. Sin embargo, en muchas cosas tenía razón y daba en el clavo (no sé si particularmente con dichos atributos masculinos, pero solía ser así). El interlocutor que también estuvo el día anterior se llamaba Alex. Alex compajinaba la música con sus flirteos ocasionales con otros hombres, además de sus apariciones ocasionales en la radio. Era una de las personas más nobles que había conocido, a pesar de que la vida no le hubiese tratado demasiado bien. Sin duda él tenía su opinión acerca de estas cosas de hombres, si bien en algunas ocasiones prefería guardárselas para sí mismo puesto que otras cosas eran mucho más prioritarias de comentar. En este caso, había conseguido una actuación, un "bolo" como lo llamaba yo, en Bélgica por una vieja conocida de su conservatorio.

Como venía siendo costumbre desde hacía años, nos reunimos en el bar de siempre, una especie de tasca de barrio en una esquina cercana a las viviendas de los tres. Tenía su encanto, saber que ese sitio siempre estaría ahí para nosotros, habiendo pasado allí tantas cosas, nuestros años resumidos en una mesa pequeña de madera. Alex seguía viviendo en casa de sus padres, pero Lucía, imagino que por no abandonar las viejas costumbres, se había mudado a un estudio cerca de aquí. Y como siempre, las horas se nos pasaban en esa misma mesa, mientras nos contábamos la vida y recordábamos viejas anécdotas que nunca pasaban de moda.

Alex partiría en unas semanas a su encuentro con la orquesta y con sus amados oyentes, mientras yo, en periodo post y pre mudanza me quedaba en casa de mis padres. Y ahora miraba esos pies al final de la cama, una cama que a estas alturas se me antojaba extraña por lo lejano de la última experiencia de haber dormido en ella, y a la vez reconfortante. Es curioso lo mucho que nos quejamos cuando permanecemos mucho tiempo en un mismo sitio, y lo mucho que disfrutamos cuando tenemos un pequeño gusto de lo que aquello fue.

No quería ponerme en pie, y sin embargo sabía que tenía que hacerlo porque tenía una traducción por entrega que completar y un montón de cajas que llenar para preparar mi mudanza a mi pequeño piso nuevo. Una idea que en el fondo no me desagradaba en absoluto porque implicaba deshacerme de todo lo antiguo, incluyendo ciertas historias que nunca acabaron como yo pretendí, y alguna anécdota amorosa que, cómo no, tampoco terminó como imaginaba. Al levantarme vi los destellos azules que venían siendo comunes desde hacía un tiempo, y pensé en todo lo que tenía que hacer ese día.

No pensé más allá de mi jornada preparada. Ese día no me levanté con la sensación de haber olvidado nada, ni de haber perdido nada. Y fue curioso, porque justo ese día fue cuando lo que no estaba esperando me encontró a mí. Ese día, el pequeño libro encuadernado en cuero marrón me encontró, decidido a atrapar mi vida en sus redes y a desvelarme aquello que jamás pensé que fuera cierto ni por asomo.